Chile en siete estrofas

 

 

Por Luis Alberto González Arenas / IG: @luisinius 📸

 

 

I.

 

El Aeropuerto Internacional Arturo Merino Benítez, acostumbrado a los atascos de gente que sulfura las filas de extranjeros en la aduana, parece desolado. Hay chilenos entrando pero ni una sombra olvidada en la fila para foráneos. Al fondo, un agente aduanal sella el pasaporte de Jairo Zavala, una de las tan solo 25 personas extranjeras que han entrado al país en casi una semana. El agente mira la guitarra que lleva el músico al hombro y se queda con un pensamiento que no necesita ser dicho: ¿Por qué no habrá cancelado el concierto si el país está en fuego?

He venido acompañando al proyecto musical del músico madrileño Jairo Zavala (Depedro) en esta gira por América que ha comprendido entre octubre y noviembre a México, Chile y Argentina en ese mismo orden de visita. Jairo me ha traído con él y con Ramón Alonso (tour manager) porque le interesa mucho una mirada periodística al estado de excepción que está viviendo actualmente el país de origen Aymara (Chille: que significa el confín de la tierra, lo más hondo de la tierra, nombrado así también al Valle de la Aconcagua). Depedro no podría existir sin los diálogos, la integración de varias disciplinas para saber mirar al mundo, entenderlo en canciones. Sabe que tal como en la música, la diferencia es la virtud.

El oficial de aduanas duda en sellarme el pasaporte. La cabeza llena de insomnio dicta las tres de la mañana. El agente me hace una pregunta con un acento hostil de quien está irritable por falta de sueño(s):

 

—¿A qué te dedicas?

—¿A qué?…¿qué?

—¿Qué a qué te dedicas, qué haces para vivir?

—Soy P…Gestor cultural.

 

Decido esconder mi profesión para que la entrada no se haga más compleja, el gobierno del país está de “mírame y no me toques”: con la guardia en alto, reactivo y paranoico.

El oficial termina por sellar mi pasaporte, la fecha entintada se marca con el 5 de noviembre de 2019.  Entramos los tres al país donde según datos del Instituto Nacional de Derechos Humanos de Chile informa que en sus nueve años de historia han presentado 319 querellas contra carabineros (la fuerza policial) por torturas y tratos crueles; sin embargo, a un mes de iniciadas las protestas el pasado 17 de octubre, se han registrado 346 querellas interpuestas contra agentes del Estado, cinco de ellas por homicidio. Las protestas han dejado 26 muertos, 6,362 personas detenidas, 2, 381 personas heridas y hospitalizadas: 42 por disparo de bala, 866 por disparo de perdigones, 407 por arma de fuego no identificada, 45 por balines y 1021 por golpes, gases y otros. Del total de heridos hay 217 afectados por graves heridas en el globo ocular causadas por las fuerzas de orden y seguridad.

Se abre la puerta de llegadas internacionales y junto a Zavala, salimos aún con el aire de una excepcional semana en la Ciudad de México. Miramos el letrero que reza el nombre del músico depedril y nos dirigimos a quien lo sostiene. Cambiamos dinero, subimos a la furgoneta y comenzamos a ver el alba que va descubriendo, de a poco, los hermosos límites naturales que aíslan a Chile: aguas divisorias, cursos de ríos y la aquí omnipresente, Cordillera de los Andes.

El conductor busca hacer plática ante tres cerebros cansados del vuelo y lo primero que entona acerca de su largo país es: “Los jóvenes no tienen miedo y se han vuelto violentos, no había otra forma que meter al ejército en las calles”. No dijimos nada. No solo porque estuviéramos cansados sino porque no valía gastar energía en discutir la nostalgia por la dictadura que algunos siguen atesorando en este oleaje en que la extrema derecha gana escaños en todo el mundo. El cabello de aquel conductor asomaba tantas férreas canas como Pinochet.

 

II.

 

Manuel García es de esos músicos comprometidos que aprovechan la tarima para extender la voz de la resistencia, de los que mantiene el canto con responsabilidad social. Comenzó a hacer huella con el grupo chileno de culto, Mecánica Popular. Estas épocas para él son de inmensa motivación. “Chile estaba dormido, ahora siento que ha vuelto y nos ha despertado a todos”, dice con su cara de atacameño tan sonriente y atenta.

Manuel espera en casa, un hogar acogedor y práctico, ni menos, ni más. Todo lo que gana él y su esposa Claudia por profesar el arte y la academia, se va para la educación de sus tres hijos. Desde la instauración de la democracia en Chile en 1990, se quiso hacer un modelo económico basado en la iniciativa privada para solucionar necesidades básicas, es así que el agua, la salud, la educación y las pensiones deben, por así decirlo, comprarse. Eso ha hecho que las deudas por familia crezcan de forma incontrolada. El endeudamiento está en un 70% en promedio. La mayoría de jóvenes de clase popular o media no pueden graduarse por lo mismo, sólo el 11% se gradúa en comparación al 84% de graduados que provienen de familias consideradas como ricas. Al tiempo que Chile redujo en más del 23% la pobreza, hay otras realidades que no encajan, incluido lo que comenzó todo: el alza a las tarifas de transporte público que son 60% subsidiadas a empresas privadas. Son 830 pesos (1.2 dólares) lo que deben pagar los chilenos en horas pico. Hoy en día es el noveno transporte más caro del mundo. En ese contexto las familias más pobres gastan el 30% de su ingreso en transportarse mientras los más ricos tan sólo un 2%. El asfalto grita fuerte: “¡no son 30 pesos, son 30 años!”. Las cifras engañosas que le dijeron al mundo que Chile crecía al 6% anual en el producto interno bruto solo fueron espejismos.

Las cuentas que históricamente han salido perfectas, son las de los distintos negocios del presidente chileno, a quien lo distinguen como un “millonario bribón” y un “maestro del fraude” quién empezó a exponerse desde 1982 con la estafa a accionistas minoritarios del Banco de Talca. Pionero en la compra de empresas quebradas para usar las pérdidas y así maquillar las utilidades y eludir impuestos de hasta casi 4 millones de dólares. Eso sin mencionar los sobornos dentro de su gabinete para favorecer a la empresa minera de su familia (Minera Andes Iron) y las facturas y contratos fantasmas para financiar su primera campaña presidencial. Algunas de tantas acciones que han dejado manchas hediondas en suelo andino.

Aunque Piñera cedió hace unos días en aumentar el salario mínimo en 70 dólares (de 420 a 490 pesos chilenos) esto será subsidiado y no pagado directamente de los empresarios. El esquema es el mismo y la desigualdad brutal. La capital de Chile es tan cara como Madrid, pero con un salario que es la cuarta parte de lo que ganan los madrileños. Dentro del mar de cifras, hay otras que son más profundas: 20 muertos en las manifestaciones de estos casi 30 días de protestas y una frase tan escalofriante como conmovedora de Gustavo Gatica, joven internado en la clínica Santa María con heridas graves en ambos ojos por recibir disparos de perdigones: “Regalé mis ojos para que la gente despierte”.

Chile se ha cansado del sistema más eficaz y podrido que ha creado la humanidad: El sistema capitalista neoliberal que hoy ya va dando patadas de ahogado, araña todas las esquinas para no morir y en ese ejercicio de no hundirse, practica la barbarie. Se trata de una crisis epocal y mundial, “una comezón de la especie”, como la llama Manuel. Chile es un acento agudo que incomoda al dogma del capital. Hay en las calles incertidumbre, pero más que eso la gente va muy sensible, tal vez demasiado, cualquier indicio de prepotencia, hasta en el tráfico, detona una situación impulsiva. Dicen que los chilenos tienen como personalidad aguantar y aguantar para después aguantar y volver a aguantar, pero cuando explotan, no hay ni un paso atrás.

 

III.

 

Llegamos al apartamento que Depedro ha arrendado en la zona de Bellavista, muy cerca de Plaza Italia, en donde está el epicentro de la revuelta. La melena que simula una cabeza de nube, soñadora e ilusionada, toca la puerta. Manuel García entra y nos abraza como si se le fuesen a acabar los brazos, nos pide que lo sigamos a las calles para darnos un buen baño de realidad y lo logra inmediatamente; en el trayecto vemos como se detiene un vehículo blindado de la policía, descienden 6 militares para corretear a un niño de 16 años, lo detienen entre todos, le pegan entre todos, lo cargan entre todos y lo meten dentro de ese búnker de acero que va dejando un imaginario perverso. El acto ocurre enfrente de la puerta de la Universidad Andrés Bello. El mensaje para los estudiantes que lanzaban gritos (“cerdos”, “hijos de puta”, “pacos de mierda”) es muy claro: El Estado ha declarado la guerra a sus jóvenes.

 

IV.

 

A Manuel lo detienen en cada esquina, para muchos es inspirador darle un abrazo distendido que reconforte. Un abrazo de nación en tanto compartición de conciencias que pertenecen a una misma comunidad que habla el mismo idioma y comparte territorio, alegrías y desencantos. Depedro mira esto con alegría y al mismo tiempo piensa en el río mapocho que cruza la ciudad de Santiago, recuerda la última vez que estuvo corriendo a su lado, el río le parece otro. Mira las pintas hechas por manos adolescentes que están sobre el cauce hecho de concreto: “No tengo miedo a morir, tengo miedo a jubilar”. En cada cara que se le atraviesa a Zavala, ve en ella a sus hijos y avienta un suspiro que interroga al tiempo. “¿Cómo será el futuro si la juventud está invirtiendo la vida?”

Las redes sociales están a tope, los jóvenes se organizan perfectamente en ellas para marcar sedes y estrategias para tomar las calles. Entre el ir y venir de comunidades digitales, un chico retuitea a @manugarpez (la cuenta de Manuel) lo siguiente: “El compa @Depedromusic ha llegado hoy a Chile. A pesar de la situación no ha querido dejar de estar con nosotros y ha decidido mantener sus conciertos. Mañana miércoles en Santiago y el viernes en Quilpué. Yo lo voy a acompañar en ambos”.

 

V.

 

De regreso de Plaza Italia al departamento nos sorprende una de las tantas barricadas que ponen en la ciudad. La Avenida Santa María se llena de jóvenes con el rostro cubierto, una sartén y una cuchara en la mano, las suenan con devoción. Van con uno de los símbolos más potentes de las protestas: la wenufoye (canelo del cielo), la bandera de la Nación Mapuche. Sus mochilas van llenas de botellas de agua, aspersores, bicarbonato (para el lacrimógeno) y salbutamol para el asma. También llevan las nostalgias de sus viejos, también su coraje, porque hasta ahora cada año era una conmemoración de las derrotas.

Los jóvenes corren, se arman con piedras y van prendiendo barricadas sobre el asfalto al tiempo que afloran las esperanzas por un país que de a luz una nueva constitución basada en la vida digna, con mejores salarios y pensiones sin hacer de la educación, el transporte, la salud y la justicia, el negocio de unos pocos.

“Chile se cansó de la injusticia, está pidiendo dignidad, estamos cansados porque se han aprovechado de nosotros, el sistema ya explotó, ya no queremos más, nos han agotado. Ya no queremos este sistema que nos ha cagado la vida básicamente, sólo queremos dignidad. Este sistema que se ha ido implantando, lo están haciendo en los demás países y eso va a explotar. Nosotros nos hemos cansado, tienen que acabarlo, tienen que soltarlo, ¡soltémoslo! No tenemos miedo, estamos educados, hemos aprendido, sabemos el contexto, para nosotros no existe el miedo. Nosotros, desde la dictadura, hemos sido un experimento, siempre hemos sido un laboratorio para los peores fines del sistema”, declara una chica de 21 años a la que no le pido nombre por su seguridad; va con el clamor en los ojos y una sonrisa tan grande que la piel se enchina. Como ella hay tantas voces que te envuelven el corazón. Ellas y ellos son los que están sosteniendo las protestas en las calles ante la admiración de sus familiares. Sus padres y abuelos son quienes con la inconmensurable preocupación de tener a su sangre en la línea de combate, dan consentimiento para que vaya a las calles arriesgando la vida con dignidad. Su política es muy clara: seguir soñando hasta el final.

Los gases y algunas balas detonan, abrimos la puerta del edificio para que entren unos jóvenes que iban rezagados, les damos asilo por una media hora. Se van descubriendo los pañuelos de la cara, húmedos por el agua bicarbonatada y el sudor, también espolvoreados por agente de extintor de incendios. Los jóvenes van pidiendo extintores a los choferes del transporte público, algunos conductores los ceden, otros no. Al momento las protestas tienen el 85% de aceptación en el país. Charlamos entonces con los chicos, eran cuatro, entre ellos un estudiante de medicina y la cantante de Ska, Betania López.

Manuel es también uno de los poetas que visten de consignas musicales a las calles, quiere salir y gritar, sonar las cacerolas y las cucharas, no puede evitar tomar guitarra y cantar con vehemencia la canción “Santiago de Chile 1977” de Silvio Rodríguez: “Eso no está muerto, no me lo mataron, ni con la distancia, ni con el vil soldado”. No ha dormido bien porque los militares amenazan con ir a sacar a sus casas a algunos intelectuales, artistas y científicos para detenerlos. Él sabe que puede estar en la lista por su acción social de décadas. Las imágenes de las desapariciones forzadas no pueden alejarse de la electricidad que recorre su cuerpo. Hay miedo, Manuel ha temblado en el ensueño, ha despertado empapado en tantas madrugadas por la ansiedad y el júbilo de ver a un Chile distinto y es que el miedo también es una forma retorcida de esperanza. Hay que mantenerse vivo, Manuel lo sabe, porque como decía Walter Benjamin: “ni lo muertos estarán seguros ante el enemigo si éste vence. Y es ese enemigo que no ha cesado de vencer”.

En Chile todo es lacrimógeno, pero los versos bicarbonatados de Manuel García y su neurona árida de Parra y Violeta entonan versos de Gabriela Mistral: “El buen sembrador, siembra cantando”, dice al aire que está violentado por gases y humo, recientemente reafirmados con mayor fuerza por el presidente Sebastián Piñera.

Afuera del apartamento, las sirenas de ambulancias, patrullas y bomberos se van degradando entre huellas de fuego. Asomamos las caras, luego los pechos y corazones. Ha pasado la turba. Hay una frase colgada de la reja de un edificio que resume estos días en Chile:

 

“Contra toda autoridad menos mi mamá”.

 

Los jóvenes van saliendo de apoco con los brazos entrelazados y luego así se siguen por toda la calle, algo sienten, tal vez consuelo o cariño, la cosa es que deciden no soltarse. Hay imágenes caóticas, inspiradoras y solidarias. Se ve un Chile de amor al otro. La mayoría busca en el amor, la patria eterna.

 

VI.

 

Si Chile logra avanzar en sus demandas, si logra vencer a su gobierno que no gobierna, pondrá en evidencia al sistema neoliberal y para esta hidra sería una vergüenza, una estocada demasiado cerca de su acorazado-corazón. Piñera al final de cuentas es un subordinado del sistema que está defendiendo la imagen de la hidra en el mundo. Sus jefes sólo están mirando si podrá con el paquete o no, mientras Chile sigue dando un ejemplo desde su sociedad organizada: le hace sentido y si ese ejemplo arrasa, el mundo tendrá el ‘cómo’ (el know how), más allá del ‘qué’.

La marcha del viernes 8 de noviembre es una cordillera humana, “los pacos” (como les dicen a los carabineros) vuelven a violentar el aire con gases y entran a las calles con sus chorros de agua helada, los jóvenes gritan las consignas que se vuelven hashtags. Chile está refrescando la manera de cortarle la cabeza al neoliberalismo, hace una especie de manifestación híbrida, sin llegar a extremismos innecesarios: Por las mañanas la gente sale a trabajar, las cafeterías despachan croissants y espressos, los deportistas corren por las avenidas, se riegan las flores y los perros disfrutan paseos soleados, al cumplir el horario de oficina, vuelven las molotov, las piedras, los carabineros, los aerosoles, los disparos y las firmes banderas mapuches. Los chilenos no niegan el sistema en el que está sostenida la economía mundial, pero la combaten desde dentro. Buscan dominar la herramienta y que la herramienta no los domine a ellos.

Chile no niega la realidad, se organiza en una especie de comunalismo democrático que se construye en cada barrio. Sale a laborar dignamente, cobra un suelo que le lleva a sus familias y después como parte de su rutina, sale a posicionar su derecho a manifestarse, después viene la cena, tomar té o un vaso de leche, lavarse los dientes y dormir porque al siguiente día se repite el ritual. Recuerdo un imán sobre un refrigerador que alguna vez vi en algún apartamento en Brasil que rezaba:

Things to do today:

  1. Get up 

  2. Survive

  3. Go to bed 

¿Acaso de eso no se trata la vida?

 

VII.

 

El hecho de que Depedro no haya cancelado sus conciertos es un acto de resistencia, porque se sabe vulnerable, tal como los jóvenes al pie de lucha que aún así salen allá afuera a rasgar su guitarra; a rasgar el muro, y dar un bálsamo de ocio socrático o de firme esperanza.

Los jóvenes no son héroes, son la dignidad madurada en tiempo récord. Jairo tampoco lo es, de hecho, le desconcierta que haya gente que lo vea así. El se llama así mismo un “bufón”, porque al fin de cuentas su trabajo es entretener y si en ese camino, la gente puede darse un respiro, entonces él se siente bien, se siente tranquilo y da entonces paso al murmullo que lo abraza por dentro y le canta:

 

“Tanto creo en ti,

qué dormido o muerto,

sueño hasta despierto la luz de los dos

[…] Tanto que escribí,

cartas como sueños

como si no fuera un extraño país,

imaginado por ti,

tanto creo en ti”.

 

El concierto de Depedro con Manuel García, el percusionista todo terreno Martin Bruhn y el maestro Antonio Chicoria Sánchez, se lleva a cabo en el Teatro Coca Cola en la calle Dardignac, muy a pesar de que a un kilómetro han tirado gases y según algunos estudiantes, balas de goma desde las alturas del edificio Movistar en la Avenida Providencia.

El concierto es un lleno total pero hay butacas vacías. El boletaje se compró entero pero muchos no lograron llegar por los caminos cerrados y la situación de incertidumbre. “Mi hijo es tremendo seguidor de tu música, pero no ha podido venir, está en las calles luchando por su propio futuro…Yo estoy aquí por él, ¿podemos tomarnos una foto?”, le dice una madre al compositor español.

Jairo se conmueve hasta el llanto y todo el concierto lo hace con un peso en el pecho. El madrileño no lo sabe, pero cuando está cantando el tema: “Equivocado”, de su primer álbum, fuera del recinto ya ha llegado la turba, el staff cierra las puertas y bajan las cortinas de metal, hay barricadas, fuego, lacrimógeno. La gente deambula, corre y se confunde. Ramón, el tour manager, tiene los ojos sin párpados y piensa en todas las posibilidades para proteger a los músicos en caso de que a los manifestantes se les ocurriese irrumpir. Como todo movimiento de protesta en Latinoamérica, hay infiltrados, jóvenes que son pagados para hacer disturbios y deslegitimar el movimiento.

Por suerte, todo transcurre. La guerra no es ni con la cultura, ni con la población civil, es claramente contra el gobierno neoliberal que ha sumergido a Chile en la mayor crisis en 30 años. Temer ha dejado de ser solo temblar y retraerse y se convierte en una forma de esperar y sobretodo de inventar cosas nuevas.

 

“Ahora no mi vida, es complicado

Hay mucho que hacer, de este lado

Curar a gente, se está quemando

Salir a la calle, aunque sea gritando

llorar los muertos, se van amontonando

Son nuestros lujos, ven a celebrarlos

Saber quiénes son los que están pisando

Decirles que no, que no van ganando

Porque estoy contigo

Puedo soportarlo

Me dices tranquilo, lo solucionamos…”

(Equivocado, Depedro 2008)

 

Jairo Zavala y Manuel García han entrado en este punto de quiebre en Chile que va a quedar en los libros: no los oficiales, sino en los sociales. En la memoria de toda una generación. En esas páginas estará escrito el desenvolvimiento de uno de los movimientos latinoamericanos más importantes del siglo y ojalá esta vez, la realidad se vista de aquella niña que bailaba al pie del segundo concierto de Depedro en Quilpué, a 118 kilómetros de Santiago: una niña que baila con el corazón sonriendo. Una niña que busca crecer sin miedo.

¿Cachái?

 

Chile en siete estrofas

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