Un cronopio bajo el sol de Zihuatanejo

Autor: Eliot Panzacola

 

Entre junio y agosto de 1980 Julio Cortázar renuncia a conferencias y entrevistas de saco y corbata para tumbarse con Carol bajo el sol en una playa perdida de la bahía de Zihuatanejo, donde escribe un libro sobre sus sueños.

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En los jardines de Las Urracas, Julio Cortázar lleva traje de baño verde y está reclinado en un camastro azul. Entre su pecho desnudo y la mano izquierda reposa una larga y seca vaina de palmera. En la cabeza lleva una corona de diminutas flores rojas. Detrás de su cámara Kodak, Carol le pide que sonría y Julio suelta una pequeña sonrisa nerviosa.

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En 1980 Zihuatanejo es un lugar idóneo para quienes huyen del caos de las grandes urbes en busca de anonimato, soledad y calma. La Ropa es una playa de agua azul, suave oleaje y arena blanca, árboles de almendros, mangos, tamarindos e icacos, altas palmeras de cocoteros, plantas con flores tropicales y una gran variedad de aves coloridas.

Para llegar a La Ropa se tiene que subir y bajar el Cerro del Vigía y su vegetación abundante que llega hasta la orilla. Desde la altura de este cerro, que sirve también para defender la zona de fuertes vientos y huracanes, puede uno contemplar en todo su esplendor la belleza de la bahía.

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Julio Cortázar, su pareja Carol Dunlop y el hijo de ésta (el pequeño Stéphane) llegan a La Ropa a finales de junio. Se instalan en el hotel Las Urracas.

La primera impresión del escritor argentino sobre Zihuatanejo está registrada en una carta que envía a su madre:

“…estamos en una playa bastante solitaria, pasando nuestras vacaciones con el hijito de Carol. El lugar es bellísimo y el mar azul y caliente, de modo que es perfecto para descansar y tostarse; falta nos hacía después de tantos viajes y tanto trabajo en París.”

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Las Urracas consiste en una serie de bungalós de concreto con techo de dos aguas cubiertos de tejas de barro y construidos a orilla del mar. Su aspecto rústico se asemeja mucho a las chozas de bahareque con techo de hoja de palma que abundan en todo el litoral del Pacífico. Cuentan con estufa a gas, refrigerador y aire acondicionado. La única conexión con el exterior –además del correo postal– es un teléfono convencional que se encuentra en la administración y sólo es utilizado para asuntos relevantes.

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Además de cartas personales a familiares y amigos, en Las Urracas Julio Cortázar escribe pulsando su Olivetti Lettera 22, el Cuaderno de Zihuatanejo, libro experimental en donde consigna cada uno de los sueños que se le presentan en la playa mexicana.

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A Julio Cortázar le gusta recoger los cocos que caen cerca de los bungalós. Son tan grandes como pelotas de básquetbol y pesan hasta cinco kilos. Julio, de casi dos metros, se agacha y los levanta con mucho esfuerzo,  parece una palmera que se dobla para levantar sus propios frutos. Don Eliseo, encargado de Las Urracas, es quien lleva machete en mano para abrirlos y darle paso al festín de electrolitos. Con la ayuda de Carol y Stephane, Julio mete los cocos al refrigerador para después (como lo afirma en una carta dirigida al pintor argentino Luis Tomasello) agregarles ron o ginebra por un agujero y beber de cara a la bahía mientras observa la noche caer sobre la bahía.

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Extracto de un sueño que Julio Cortázar sueña en Zihuatanejo.

“…ahora es ahora, Hermes Baby, un bungalow junto a una playa, agosto del ochenta, siete y cuarenta y cinco de la mañana, cielo nublado, un calor de justicia, mosquitos, cigarrillos Delicados con filtro, una mierda by the way pero se acabaron los Gitanes.”

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De manera regular, Gabriel García Márquez llama a Julio Cortázar al teléfono de Las Urracas para comentarle los pormenores del concurso literario de la revista Proceso y la editorial Nueva Imagen, del que ambos son jurado. En una de esas llamadas, Gabo le comenta que su hijo Rodrigo y sus amigos pasarán unos días en Zihuatanejo y aprovechará la oportunidad para enviarle algunos cuentos del concurso. Días después, por la mañana, se aparece Rodrigo acompañado por el periodista colombiano Mauricio Vargas, quien acaba de viajar por Centroamérica. Cortázar le pregunta con avidez sobre los sandinistas, la guerrilla salvadoreña, Panamá y las posibilidades de que la dictadura guatemalteca sea derrocada, inquietudes que terminarán por integrar su libro Nicaragua tan violentamente dulce, publicado en 1984.

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Sobre la vida de Julio Cortázar en Las Urracas, Don Eliseo dice:

“Es un señor muy tranquilo. Lo veo sentado en la mediagua escribiendo en una máquina de escribir. Fuma y se aleja los mosquitos con un trapo. Su mujer todos los días carga una cámara, también él, pero es ella quien más la usa. Al niño le gusta meterse al mar y jugar con los hijos de la señora que trabaja lavando ropa”.

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Extracto de otro sueño que Julio Cortázar sueña en Zihuatanejo

 “…Carla miró entre nuestros escasos bastimentos de verano en el bungalow de Zihuatanejo (vivimos como polinesios, como hippies, como idiotas, como felices playeros, como intelectuales, como lo que somos que es eso junto qué joder)…”.

Epílogo

En Las Urracas hay una placa de talavera poblana (cerámica típica del estado de Puebla) diseñada con diminutas flores coloridas y letras azules que dice:

También aquí Julio Cortázar sembró letras y afecto. Verano de 1979. Zihuatanejo, Gro.”

La mandó colocar la esposa del licenciado Hernández –el dueño de los bungalós– mucho tiempo después de la estancia del escritor de miradas amplias. La fecha es errónea y nadie se ha preocupado por cambiarla.

 

* Texto breve trabajado en el Taller de Crónica y Periodismo Poético de Rip.mx *

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