Entrevista

Fernanda Navarro

Un viaje de amor

Por Luis Alberto González Arenas  / IG: @luisinius

*

Un aroma a incienso extiende su cuerpo por la calle de las flores en el barrio de San Ángel. El adoquinado nostálgico vestido por hojas de bugambilias rendidas al otoño, se desenvuelve bajo un sol tímido que pide a las nubes un poco de espacio para dejarse sentir.

Fernanda Navarro me espera en la puerta de su casa, construcción de los años cincuenta con aire de funcionalismo racionalista. La casa está rodeada de plantas ornamentales. Hay helechos, también cactáceas. Adentro hay una mesa de madera rústica para ocho personas con mantel blanco y bordados de flores a los costados que me recuerda los comedores del México rural, particularmente aquellos del campo chiapaneco. Fernanda, su hermana Bertha (directora y productora de cine) y su hermano Guillermo (director de fotografía, ganador del Oscar por la película El Laberinto del Fauno) se han dedicado toda la mañana a vestirla con platillos mexicanos: arroz rojo, nopales, salsa estilo pico de gallo, mole de olla, cecina, ate de guayaba y una jarra de agua de alfalfa en el medio. Son amables, de mirada firme pero tímida. Los tres tienen rasgos que delatan la genética hereditaria: Cejas pobladas, mejillas, parpados pronunciados e iris claros cuya fijeza me recuerdan la mirada de los elefantes.

El tiempo parece detenerse en aquella mesa. Alegrías y penas se deslizan entre las costuras del mantel. La casa es herencia de los difuntos padres de Fernanda; allí vivía en su juventud hasta que salió a los brazos extendidos de la vida adulta donde conoció a su gran amor: Luis Villoro Toranzo, con quien coincidió en tantas ocasiones en su vida que no se pueden contar. Una historia de vaivenes que acabaría uniéndolos durante los últimos ocho años de vida del filósofo. Tras la muerte de Villoro, Fernanda volvió a la misma casona, sus hermanos también, y aquí es donde estamos ahora, en su fogón de origen.

Fernanda sonríe y me guía al jardín. Allí hay otra mesa blanca, pequeña y discreta. Brilla por el contraste con el nítido verde del pasto. Dos sillas. Nos sentamos. Fernanda me ofrece agua.

—¿Te ayudo, Fernanda?

—¿Con dos vasos de agua?

Sobre la mesa hay una foto de ella dentro del caracol de Oventik en los altos de Chiapas. Era mayo del 2015, mientras se celebraba un homenaje en tierra zapatista a Luis Villoro, centinela del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y considerado un padre para el Subcomandante Marcos. En la imagen, Fernanda levanta el puño, bien cerrado, con la mirada firme. Está en el clímax de un discurso. Ojos llenos de sangre. Su gesto valiente. Sin miedo. Con esperanza.

A Fernanda no le gustan los títulos nobiliarios (es licenciada, maestra y doctora en Filosofía). Se le hacen de una moral tecnocrática y burguesa, muros que solo la separan de sus alumnos. Lleva 40 años dando clases y es heredera de la cátedra de Carlos Lenkersdorff —“Filosofía Maya hoy” — impartida en la Facultad de Filosofía de la UNAM.  Ha sido activista y feminista en diversas luchas por la justicia en Latinoamérica. Ese camino la llevó a conocer a Luis Villoro, su maestro de Filosofía en los vigorosos años sesenta mientras cursaba la licenciatura, cuando por las venas de la Universidad corría una pasión interminable. Época de compañerismo y utopías. Una época para soñar con nuevos mundos. Era el 68 y Fernanda estaba dentro del Comité de Lucha de la Facultad de Filosofía y Letras con José Revueltas, a quien iba a visitar al Palacio Negro de Lecumberri:

— Una persona extraordinaria. Él me regaló El Apando, con su puño y letra. Ahí lo tengo”. Ahorita te lo traigo…

—No te apures, no te levantes…

—Yo no me apuro, levantarse es lo que hay que hacer, eso te diría Revueltas.

Miro el libro y la firma autógrafa y cálida de un rebelde melancólico.

Pienso entonces en todos los grandes personajes a los que Fernanda se dedicó a escuchar y a entender, a iluminar su pensamiento con profusa sensibilidad, inteligencia y respeto.

Trabajó para Bertrand Russell (Premio Nobel de Literatura en 1950) de traductora por toda América Latina; fue secretaria de Hortensia Bussi (viuda de Salvador Allende) en su gira por todo el mundo denunciando el crimen de la dictadura en Chile; alumna de Michel Foucault y confidente de Louis Althusser, dos de las mentes más apreciadas en la historia del pensamiento contemporáneo.

De todas las etapas históricas de las que ella ha sido parte, son dos las que más atesora: el movimiento zapatista de liberación nacional, impulsado por el EZLN desde inicios de los noventa y el abrazo de amor con Luis Villoro.

“Si algo me han enseñado los dos es a desaprender, y mira que buena falta nos hace eso para mirar la profundidad de la humanidad, de la conciencia, de la vida”.

A eso he venido hoy, a tejer con Fernanda y la memoria, el mantel de sus dos más hermosas flores.

*

Con la mirada postrada en dos curiosas nubes cargadas de silencio, Fernanda me dice que ha tenido que des-aprender y volver a re-aprender. Reclama que al estudiar filosofía eurocéntrica, solo sabía el discurso dominante que se propaga por las universidades del llamado “tercer mundo” (en donde se subraya que los auténticos valores de la ciencia, arte, filosofía y literatura solo pueden desarrollarse en Europa). Comenzó a re-aprender gracias a pensadores como Bonfil Batalla, Luis Villoro, León Portilla, entre otros, artífices de una filosofía latinoamericana desde los pueblos indios, con los que descubrió una esquina diferente del cuadro.

“Uno no debe ser considerado como maestro frente a los alumnos, porque todos seguimos aprendiendo, nunca dejamos de aprender. Entonces por más títulos y diplomas que uno tenga, tenemos que aprender más. A mí no me gusta que me digan doctora, porque yo no curo a nadie. Me llamo Fernanda. ¿Qué nos enseña la filosofía, el sentir-pensar, o como quieras llamarle, de los pueblos originarios? Eso, lo más esencial que somos. Salir a la calle, ver la naturaleza, abrirte a ese Otro que somos a través de la madre tierra”.

Para la doctora que no cura, lo único que lleva de ventaja con respecto a sus alumnos es la edad, y lo dice con humor y simpatía; y es que al final, el tiempo, se manifiesta con sus impetuosos límites, tal como lo es la misma muerte, situación que las comunidades zapatistas le han mostrado desde un ángulo que la ha ayudado para seguir teniendo a Villoro cerca.

“De ellos aprendí a que la muerte no es una desaparición sino una transfiguración. Los indígenas sí practican la tradición de ir a las tumbas de sus muertos con animales, plantas y miembros de la familia, y es que en esta manera de ver el mundo, todo tiene vida, tiene corazón. No nada más lo humano como hemos visto. No es un antropocentrismo, sino un biocentrismo”.

El amor y la defensa de la vida le han dado felicidad. Luis Villoro luce vivo dentro de un altar en su nombre que le ha hecho Fernanda con fotografías, libros y velas que iluminan con un tono cálido a diez mazorcas de maíz nativo, de colores tan variados y distintos como la humanidad.

Navarro acaba de cumplir 77 años; se involucró en el zapatismo en 1994. El 1 de enero de ese año estaba en esta misma casa leyendo con ansia el periódico La Jornada. Fue un acontecimiento que la dejó azorada. “A los secretarios del Estado también les sorprendió. El levantamiento zapatista los tomó de sorpresa, cuando todos estaban brindando. Después confesaron que estaban un poco, demasiado, ya sabes…”, me dice mientras extiende el meñique y el pulgar de un extremo a otro como para representar una botella con su mano.

El escándalo de una revuelta masiva volvía a las primeras planas del país. Según Fernanda, estaban llenas de adjetivos que describían al levantamiento como uno violento y de horror.

“Acababa de pasar la incertidumbre del gobierno de Carlos Salinas de Gortari, luego el asesinato de Colosio, luego Zedillo de última hora…puros horrores que pensábamos que no podían llegar a ser más terribles y que ahora hemos visto que sí se han podido hacer realidad. Han llegado a lo incalificable”.

Con “incalificable”, Fernanda se refiere al dolor y la rabia que le han producido las desapariciones forzadas de los estudiantes rurales en Ayotzinapa; sin embargo, Fernanda no pierde la esperanza, práctica que entendió en su forma más genuina a su llegada al movimiento zapatista.

“Este alzamiento anunció una nueva era para los movimientos sociales. Es un antes y un después. A mí se me ha hecho difícil compararlo con las guerrillas centroamericanas. Entre otras cosas, porque los zapatistas no se lanzaron por el poder sino por esa gran ausente de la historia, la justicia”.

En agosto de 1994 se celebró la Convención Nacional Democrática, primer encuentro de los zapatistas con la sociedad civil. Asistieron más de 6 mil personas (mexicanos y extranjeros), entre ellos había intelectuales y artistas. Allí estaba Fernanda, emocionada y con un ardid que le conducía el corazón hasta el estómago. Era la primera vez que viajaba a tierras zapatistas y ese día el cielo se desahogaba.

“Fue cuando el famoso diluvio. Marcos lo comparó con el Fitzcarraldo, ¿te acuerdas? —me pregunta como si yo hubiese estado presente—Teníamos casi que navegar. Se vino abajo el techo de manta que habían construido los zapatistas”.

Fernanda cuenta cómo los anfitriones labraron cada asiento de madera, y todo el resto del mobiliario para dar la bienvenida a los miles de invitados. A partir de ese encuentro ella no ha faltado jamás a los eventos públicos o invitaciones personales que aún le hacen las comunidades zapatistas.

“Cada viaje fue único y la ilusión que había nacido crecía tan rápido que ya caminaba por sí sola. Había algo especial, particular, singular en ella y poco a poco se me asentaba en la mente, lo sentía en la piel. Necesitaba yo más elementos para entender lo que estaba pasando. Se abrió una lucecita y quizás calificarlo así resulta exagerado para entonces, pero había mucho ánimo, era un mensaje lleno de esperanza.”

Los zapatistas hacen estancias para ciertas personas. Buscan el diálogo continuo con intelectuales, científicos, artistas y artesanos para fortalecer ideas y prácticas en sus comunidades. Fernanda es de esas invitadas recurrentes para escuchar el pulso de las montañas. Los invitados se eligen cuidadosamente porque, según Fernanda, es como evitan infiltrados o un posible ataque de grupos paramilitares que siguen amenazando su autonomía.

“La violencia hacia ellos es principalmente por la cuestión de las tierras recuperadas, tierras que eran desde inicio de las familias que hoy viven allí, pero que el gobierno utilizaba a voluntad a costa de dejar a esas familias sin vivienda y sin campo para trabajar”.

Fernanda abre una libreta que estira con placer de página a página. En ella hay palabras delicadamente escritas. Es esencial para ella entintar sus reflexiones, a veces la memoria traiciona con crueldad, por eso deja testimonios escritos cada que puede. La acerca a mi vista y me señala un párrafo: Este movimiento posibilita otra forma de vida: cómo vivirla, dónde vivirla y cómo valorarla. Es otra concepción del mundo.

*

Primero se formaron la tierra, las montañas y los valles; se dividieron las corrientes de agua, los arroyos se fueron corriendo libremente entre los cerros, y las aguas quedaron separadas cuando aparecieron las altas montañas. Así fue la creación de la tierra, cuando fue formada por el Corazón del Cielo, el Corazón de la Tierra, que así son llamados los que primero la fecundaron, cuando el cielo estaba en suspenso y la tierra se hallaba sumergida bajo el agua.

Escucho a Fernanda leyendo en voz alta el Popol Vuh, tal vez la literatura que más se conoce oficialmente de la cultura maya. El hombre no nace del polvo, sino es hecho de maíz: el grano que constituye la base alimenticia de Mesoamérica.

Fernanda heredó la cátedra de Carlos Lenkersdorf (uno de las personas más interesadas en aprender el sentir-pensar de los pueblos mayas en la época moderna) tras su muerte en 2010. Después de muchos homenajes por el deceso del maestro, los alumnos de Lenkersdorf se organizaron para evitar que se suspendiera la clase. Comenzó un murmullo sobre quién lo sucedería. Estaba Gudrun Lenkersdorf, su esposa, y a quien Fernanda describe como magnífica historiadora y mujer admirable; en una especie de asamblea, todos, incluyendo a Navarro, decían que Gudrun debía impartir la clase, sin embargo, la señora Lenkersdorf no aceptó por su edad y delicada salud. El murmullo siguió y poco después el nombre de Fernanda Navarro retumbó en las paredes azul y oro.

“Yo decía, ‘no lo puedo creer’. Tenía otros planes con Luis Villoro, pero no podía renunciar al privilegio de seguir este camino y permitirme reencontrar mi verdadero origen, la otra mitad de mi mestizaje”.

Así, Fernanda heredaría una clase que es el legado más sagrado de los Lenkersdorf, alemanes que salieron de su país en la época de la postguerra hacia Estados Unidos, lugar que abandonarían al descubrir que las investigaciones de Gudrun en física atómica serían usadas en la industria armamentista del gobierno, algo similar a lo que vivió Albert Einstein. Tras esa decisión conocieron al obispo (y después intermediario entre los zapatistas y el gobierno federal) Samuel Ruiz, en Tijuana, quien empapó a Carlos de la situación de las comunidades indígenas en México. Ese fue el portal para que los Lenkersdorf decidieran establecerse en México, un país que no estaba en sus planes pero que después de conocerlo, jamás abandonarían. Carlos, teólogo y filósofo. Gudrun, física atómica e historiadora. Decidieron vivir dentro de comunidades mayas tojolabales por 21 años. Fernanda dice que ellos no fueron con el objetivo de enseñarles a los tojolabales, ni tampoco para clasificarlos o verlos como puro material etnográfico:

“Carlos y Gudrun, fueron a aprender de esas comunidades, a que los tojolabales fuesen sus maestros. Allí aprendieron a escuchar, a vivir en un nosotros, a saber que en la lengua tojolabal, no hay un sujeto que domine el objeto. Hay dos sujetos de igual a igual. Existe la complementariedad y de ella deriva ese concepto que hoy se llama la intersubjetividad”.

Ese concepto de ir emparejados es uno de los principios del levantamiento zapatista, algo emanado de los pueblos originarios, con lo que se convirtieron en uno de los temas más discutidos del país. Situación que en esos tiempos era inédita.

“El movimiento zapatista nos hizo voltear como mexicanos hacia nuestra propia historia, tan desconocida para nosotros los mexicanos, ¿cómo te explicas eso? Aquí ha predominado la parte española de nuestro mestizaje. El dominio. Entonces ellas y ellos (los zapatistas) nos recordaron que tenemos la otra parte, ésa de la que la educación oficial nos ha hecho avergonzarnos. Una educación que está llena de despojo, desprecio y marginación”.

Fernanda saca de su libreta un dibujo a plumón dedicado a Luis Villoro por el Subcomandante Insurgente Marcos (“Para Don Luis Villoro, nuestro hermano y compañero”, escribió el vocero del zapatismo debajo de la ilustración). Se trata de un dibujo muy bien trazado de dos mujeres con sus trajes tzotziles y pasamontañas. Una de ellas carga con amor a un bebé mestizo. Hay dos adolescentes con su paliacate amarrado y puesto a la altura media de la nariz. Las acompañan dos hombres adultos y un niño, todos con pasamontañas.

*

 

 

Julio / 04

Para: El CCD Utopía

De: Sup Marcos

 

Compas:

 

Reciban mi saludo y mis disculpas por escribirles así, resulta que la impresora se puso en huelga y ni Rodrigo Alcaina la sacó de ahí.

 

Les escribo para agradecerles la colaboración regular que, a través de Javier Elorriaga, nos envían (y que nos llega íntegra), y para informarles que la estamos usando para un compa enfermo grave cuyo tratamiento es largo y costoso. Pero, gracias a personas como ustedes, va saliendo poco a poco.

 

En cuanto se recupere, volveremos a encauzar esta ayuda a educación.

 

Un abrazo

 

SubCIMARCOS

Leo la carta que alguna vez le mandó Marcos al comité que fundó Fernanda. En la epístola, el Sup., está agradeciendo la ayuda que mandaba el comité en solidaridad con Chiapas. Esta comisión fue organizada dentro de la Universidad Michoacana, en donde Fernanda daba clases. El comité tiene un nombre sugerente por sí mismo. Se llama “Utopía”. El grupo sigue existiendo y ella continúa colaborando de alguna manera a la distancia.

Fernanda se refiere a Marcos como alguien brillantísimo. Lo conoció desde aquel 1994 y mucho se topaban cuando en 2006 el Ejército Zapatista pusiera en marcha lo que llamó “La Otra Campaña”, en la cual recorrieron 31 estados, el Distrito Federal (hoy marcado como Ciudad de México) y comunidades de mexicanos y chicanos dentro de los Estados Unidos. En cada uno de los pasos de la caravana, Navarro no dejaba de recordar el espíritu libertario y feminista de los sesentas. En su corazón se invertían los números, el seis se volteaba para ser un nueve. La década de los 60 que se giraba (90) para transformarse en otro tiempo.

En el camino le han acompañado las ideas trípticas de Villoro: Justicia, libertad y democracia, conceptos que tanto deconstruyó en cada uno de sus textos críticos y que provienen de la base que dejó el zapatismo de Emiliano Zapata, solo con esa importante invitada que se llama democracia. Fernanda admiraba sus ideas, la tocaban intensamente por dentro. La palabra comenzó a construir el camino de amor y de encuentro. Entre estas experiencias en los años sesenta, Fernanda escribía su primera tesis y Villoro terminó por dirigirla: Ética y Política en Bertrand Russell.

“Yo le escribí a Russell cuando vi en el periódico que él estaba organizando el Tribunal de la Conciencia de la Humanidad en México, y para mi sorpresa, ¡que me contesta! Me dijo: Sí, bienvenida”.

Como hemos advertido, los idiomas han sido la pasión de Fernanda. “Inglés y francés, te los hablo, escribo y leo. Estudié ruso también, que no te lo hablo, ni te lo escribo igual. Nomás unas palabras que recuerdo. Pero me fascinan los idiomas. Los idiomas reflejan mucho la manera de ser de las personas”.  Trabajó para Russell de traductora por toda América Latina. De regreso de esa experiencia escribió la antología sobre este filósofo analítico prologada por Villoro y publicada por la editorial Siglo XXI.

A principios de 1972, la búsqueda de la justicia llevó a Fernanda a viajar con recursos propios a Chile en la época más esperanzadora de aquel país. El presidente era Salvador Allende, símbolo de la vía pacífica al socialismo. Esa nueva ideología le llamaba mucho la atención a Fernanda, quedó ilusionada con aquel movimiento y para mantenerse comenzó a traducir libros para la Editorial Quimantú.

“Estuve dos años con la Unidad Popular en Chile y regresé después del Golpe Militar de Augusto Pinochet. Cuando esto sucedió, salí en el primer avión y allí me encontré con la familia Allende. Al llegar a la Ciudad de México, el asesinato de Salvador era noticia en todo el mundo, y dirigentes de muchos países querían saber lo que había pasado. Todos se preguntaron quién traduciría las declaraciones de “la Tencha” (Hortensia Bussi, viuda de Salvador): ¿quién sabe idiomas?…No, pus que la Fernanda. Y la Fernanda a los dos días estaba con La Tencha Allende, por todo el mundo como su intérprete y secretaria, es decir, la guardiana de sus secretos. Eso duró casi tres años”.

Miss Fernanda Navarro

 

Secretary to the widow of the late president Allende of Chile

Visiting Ilwu, Local 10 in San Francisco, Calif. Oct 3, 1973

Conferred with Ilwu Presidents of Locals 10-6-2.

Eso es lo que dice un reconocimiento que sirve como testimonio fotográfico en el que a Fernanda se le ve en la sede de la International Longshore and Warehouse Union (ILWU), en San Francisco, comunicando los pormenores del golpe militar. El ILWU es un sindicato obrero progresista que desde la Segunda Guerra Mundial integró a trabajadores negros en un momento en que la mayoría de los sindicatos los excluían y se resistían a la implementación de la Orden Ejecutiva del presidente Roosevelt contra discriminación racial en la industria de defensa de los Estados Unidos. Junto al partido de las Panteras Negras, que conoció bien Fernanda, hablaron con opiniones anticapitalistas explícitas, viendo al capitalismo como un sistema económico ni justo ni equitativo para la gente trabajadora, incluidos los afroamericanos.

Los ochenta tocaban tierra y los encuentros de Fernanda con Luis Villoro seguían aconteciendo. Ahora en Paris. En dicha ciudad, él fue nombrado Delegado de México en la UNESCO. Fernanda en sus sabáticos iba también a ese destino. Ella estudió en “la ciudad de la luz” durante cinco años, no seguidos, pero sí en etapas. En esas estancias fue alumna de Michel Foucault y en el proceso conoció a quien es considerado como el último gran filósofo marxista: Louis Althusser, quien estaba al borde de sus crisis maniaco-depresivas causadas por heridas profundas de la infancia, la adolescencia y el campo de concentración Schleswig, donde estuvo preso cinco años durante la Segunda Guerra Mundial. Cuando el pensador daba un tierno masaje a su esposa Hélène, algo lo nubló y la estranguló. En aquel domingo desgarrador (16 de noviembre de 1980), Althusser llamó a su médico desde el departamento que ocupaba en la Escuela Normal Superior, en la calle d’Ulm en Paris para decirle que había matado a quien había sido su compañera por 35 años. El filósofo fue internado en la clínica mental de Sainte Anne a espera de juicio. El tribunal resolvió con el artículo 64 del Código Penal francés (“no hay crimen ni delito, cuando el acusado se haya encontrado en estado de demencia al tiempo de la acción o cuando haya sido obligado por una.”), declarándolo irresponsable de su acto criminal. El juez consideró que había actuado en un estado de “confusión mental y delirio onírico”.

Fernanda lo visitaba en un apartamento al norte de Paris (invierno de 1984), después de que Althusser sorteo diversas estancias en clínicas psiquiátricas. Esas visitas se extendieron por dos años (hasta febrero de 1987) a través de correspondencia. Algo que la marcó mucho por la manera en que el filósofo reflexionaba sobre la serie de eventos que tejen la realidad. “Fue un filósofo que, parafraseando a Foucault, no era un hacedor de sistemas sino un infatigable hacedor de diagnósticos”.

Althusser atesoraba la compañía intelectual de Fernanda y de ella escribió lo siguiente:

Fernanda me visitó en Paris a fines del invierno de 1984. Charlamos largamente durante meses. Sin presiones de tiempo, pude explicarle mis posiciones y mis razones. También leyó algunos de mis manuscritos, aún no publicados, que registran el trabajo de casi 20 años: de 1960 a 1978. Algunas pláticas grabó también…y un buen día partió para México. Puedo decir que en mucho aprecié su inteligencia filosófica […]

*

Diez años después de aquel invierno, ya en México, Navarro volvería a encontrarse con Luis Villoro y esta vez ya no sería de vaivén, sino una definitiva. “Fue en La Realidad; te digo, el lenguaje dice mucho…”

Al decirme esto, Fernanda ríe a todo pulmón, la risa con mayor volumen de todas las anteriores. Una sonrisa cómplice, muy pizpireta. Fue como señalarme algo que no quería realmente decirme. Me invitaba a leer entre líneas.

La Realidad, “Madre de los Caracoles y Mar de Nuestros Sueños”, es un territorio autónomo donde hay zapatistas tojolabales, tzeltales y mames, ahí tiene su sede la Junta de Buen Gobierno “Selva Fronteriza”, que abarca desde el municipio Marqués de Comillas en la región de Montes Azules, hasta los municipios fronterizos con Guatemala y Tapachula. El caracol de la Realidad tiene el sub-nombre de “HACIA LA ESPERANZA” y agrupa a los municipios autónomos de General Emiliano Zapata, San Pedro de Michoacán, Libertad de los Pueblos Mayas y Tierra y Libertad.

 “Nos elegimos. Porque además cada uno estaba libre y pues sí, qué mejor compartir algo tan significativo y tan fuerte. Ya nos conocíamos, y tener en común ese deslumbramiento por esa causa, lo dice todo”.

Ocho años compartieron juntos el amor por la vida y la ilusión por el movimiento zapatista. De alguna manera, lo siguen haciendo. “El zapatismo me ha dado mucha más luz y esperanza, más que otra cosa. Sigo pensando que me moriré zapatista, y que tengo suerte por haber estado en esta época precisa. Porque uno no elige cuándo, ni en dónde nacer”.

Las cenizas de Luis Villoro hoy descansan en el caracol zapatista de Oventik, en un árbol de Liquidámbar. El deseo de Fernanda es acompañarlo allí. Lo dice tímida, casi en secreto, se da unos minutos y después se levanta para ir por la Sexta Declaración de la Selva Lacandona. Es una versión del 2013 firmada por el Sup Marcos. La página tres es su favorita. Es la parte que describe cómo seguir adelante en la guerrilla sin usar las armas.  Fernanda levanta la mano y acentúa la mesa con un ligero golpe. Subraya que el Movimiento Zapatista de Liberación Nacional fue el primer levantamiento después de la caída del Muro de Berlín, cuando se fortaleció más el capitalismo, su unilateralidad.

“Nos quieren hacer mercancías y lo han logrado con mucha gente, por necesidad o no tener conciencia de lo que realmente tiene valor. Se necesita ser valiente, para tener valor. Es la misma palabra”.

No hay duda, hay que ser valiente para caminar la vida con valores, con conciencia, lo demás es cobardía. Fernanda dice que todos nos necesitamos y poner en práctica un nosotros es una necesidad. Para ella el zapatismo acciona esa alternativa y cita una frase de Villoro: “La alternativa está en nuestros pueblos originarios y desde allí alzan la voz los pueblos zapatistas. Voz primera que logra trascender la utopía. El zapatismo no puede ser utopía porque ya existe”.

El aire sopla fresco. Las nubes se han adueñado del cielo. El sol las deja pasar. Los invitados comienzan a llegar, a lo lejos se ve llegando al escritor Juan Villoro y al cineasta Juan Carlos Rulfo. Fernanda me enseña fotos de sus sobrinos-nietos y de amigos de la familia. En una de ellas aparece precisamente Juan Carlos de chiquito, como entre llanos y llamas.

Me despido y en el camino a la puerta Fernanda me recuerda una frase de Villoro, no de Luis, sino de su hijo Juan. Una que compartió en el caracol de Oventik en el homenaje a su padre.

“Soñar se ha vuelto peligroso, se ha vuelto disidente, quieren que los filósofos analicen la realidad como comentaristas de la televisión, como tele-intelectuales. No quieren que sueñen con otro mundo y eso es lo que los zapatistas han hecho con nosotros, nos han autorizado a soñar, y allí está el peligro”.

Me doy un abrazo largo y sentido con Fernanda; en la mesa queda la jarra con agua de alfalfa.

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